SOY MADRE DE UN HIJO ADICTO
Y puedo decir que sólo quienes vivimos este infierno sabemos de lo que hablamos.
Las situaciones por las que pasamos, nos lleva al límite de nuestra vida, hasta llegar a un punto de no querer recorrerla.
Es una fuente inagotable de sufrimiento y miedos que padecemos muchísimas madres, (porque los padres normalmente huyen ) y que a pesar de todo, las madres,, no cesamos de luchar e intentar rescatar a nuestros hijos perdidos en esa dimensión que los hace alejar de sus aspiraciones, sus anhelos, sus esperanzas y hasta de la vida misma. Los destruye día a día, transformándolos en algo totalmente desconocido a todo aquello que nosotras pretendemos inculcarles a nuestro ser más amado, arrebatándoles toda su dignidad, autoestima y libertad.
Muchos se preguntarán ¿les quita libertad en realidad? ya que es una decisión de ellos consumirla o no.
Pues no es una decisión de ellos tomada en sus plenas facultades, existen una serie de factores que lo llevaron a ello.
La mente enferma primero y la droga aparece después solapadamente tapando muchos conflictos internos, sufrimientos no manifestados oportunamente, etc.
Cuando realmente nos damos cuenta de la triste realidad “la maldita” ya está instalada en su cuerpo y su alma, despojándoles de una vida promisoria.
Los convierte en algo indeseable para ellos mismos y para una sociedad que no está preparada para enfrentar el gran desafío de luchar contra este terrible flagelo, que ataca sin piedad, y que muchos juzgan y hablan sin saber del tema hasta que les toca vivirlo en sangre propia.
Si tenemos a alguien con cáncer, por nombrar una grave enfermedad también que nos afecta, la gente nos rodea, nos apoya, nos alienta, nos pregunta cómo está, cómo va en su tratamiento.
No pasa lo mismo con nuestros hijos “enfermos por una adicción”.
Todo lo contrario, el alejamiento es paulatino y continuo y hasta en muchos casos discriminatorio.
Es así, que la soledad nos va invadiendo, las familias se desarman, se quiebran, aparecen culpas y reproches que jamás sanarán.
Con el transcurso del tiempo quedan solos el “hijo, la droga y la madre” con sus consecuencias y secuelas. La impotencia y el terror nos invaden, y se cometen muchos errores al pretender ayudar a nuestros hijos, seguramente más equivocaciones que aciertos.
Mas allá de todo, lo que sí puedo destacar es que siempre estaré junto a mi hijo cometiendo quizás las peores equivocaciones, haciendo lo que siente el corazón de una madre, que en estos casos es justamente lo que debemos omitir.
Pero no dejaré de creer jamás en que existe una salida, y hoy, sé que no es mágica, ni sencilla, ni inmediata, es un difícil camino que recorrer, con tenacidad, amor y con la ayuda de Dios, porque sé que pronto podré salvar a mi hijo de las garras de las drogas y los peligros.
AUTOR DESCONOCIDO
Si alguien sabe de la autoría de este escrito agradecería me lo hiciera saber y si el autor me autoriza a conservarlo en este sitio.