Reflexiones

Seamos ejemplo

julio 21, 2022

Seamos ejemplo

Vera del Rosario era su nombre, nadie sabía si era el apellido o un segundo nombre, por eso todos la llamaban: DEL ROSARIO.

A ella no le gustaba y les decía con rabia en la voz:

– ¡¡Me llamo Vera, no Del Rosario!!

Pero todos en el salón se reían mientras le gritaban:

» ¡Del Rosario!, ¡Del Rosario! «.

Cada mañana llegaba con una vieja bolsa de tela muy sucia, ahí guardaba un cuaderno sin forrar, un lápiz y una goma, eso era todo, y se sentaba sin importarle las miradas burlonas de los otros niños; algunos tan pobres como ella, pero que aún así se empecinaban en humillarla.

Vera pasaba las horas de clase en silencio, lejos de todos; en los recreos mientras todos comían sus meriendas, ella se alejaba y muchas veces las maestras la encontraban agachada observando las hormigas, o investigando alguna planta en el jardín, juntando retoños de plantas raras, siempre con el cabello mal peinado y sus ropas sucias y gastadas.

La directora le preguntó un día si no tenía otro par de zapatos para ir a la escuela, y Vera agachó la cabeza y en voz muy bajita le dijo que no, que era su único par, mientras los murmullos y risas de lo niños hacía que le doliera el estómago del enojo.

Luego de un tiempo de sentarse sola en la banca de hasta atrás, la maestra la obligó a pasarse al frente, compartía el banco con dos niñas, las cuáles nunca terminaban a tiempo las tareas y le pedían que les ayudara o la iban a acusar de robarles los útiles.

Vera las miraba y sin decir nada, las dejaba copiar, y es que ella era muy inteligente, aprendía todo rápido, fue la primera en leer de corrido, en recordar con exactitud fechas patrias y nombres de próceres.

Un día un grupo de compañeritos la siguieron, querían saber dónde vivía, quien era su familia, eran tres de los niños que más se burlaban de los zapatos de Vera los que llegaron hasta donde se suponía ella vivía; era una casa que apenas se sostenía en pie.

Espiaron por la ventana rota, sin vidrios, dónde seguramente el viento del invierno haría insoportable el frío.

Vieron como Vera, con sus escasos diez años, levantaba a su madre enferma de la cama, y con mucho esfuerzo la sentaba en una silla de ruedas, luego prendía fuego con carbón en un viejo brasero, y cocinaba no sabían que cosa, para darle de comer en la boca a la pobre mujer.

Los niños enmudecieron asombrados, avergonzados, y corrieron a la escuela, entraron a la dirección y le contaron en detalles a la directora y a las maestras lo que habían visto.
Desde ése momento, nunca nadie volvió a burlarse de la niña.

Al otro día, Vera recibía con asombro un par de zapatos nuevos, una bolsa con ropa, una caja llena de alimentos, un abrazo apretado de la maestra, y una sonrisa de todos sus compañeros.

Los años pasaron, y en una casa de ése pueblo, que también creció,
hay una placa que dice:

«Doctora Vera del Rosario»

Todavía no se sabe si es su segundo nombre o su apellido, pero lo que sí todo el mundo sabe, es que hubo una niña que enfrentó y soportó en silencio todo tipo de adversidades, que cuidó a su madre hasta el fin, que ganó una beca y pudo estudiar, que se levantó mil veces de la miseria y la injusticia, y que hoy trabaja codo a codo con la vieja escuela donde un día la abrazaron fuerte, donde los niños que se burlaban de ella fueron vencidos por su humildad y humanidad.

Dicen que la Doctora Vera del Rosario no permitió jamás que en la escuela hubiera niños con zapatos rotos, ayudando siempre a quien más lo necesitara.

Moraleja:
Seamos ejemplo de buenas cosas, y empecemos por no discriminar.

Créditos a quien corresponda.
Texto e imagen.

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