En este mes del Papá, les brindo a todos esta bonita lectura.
POR FIN LIBRE
Siempre habíamos sido una familia respetable, y poco expresiva.
Entre nosotros escaseaban los abrazos y aún más los besos.
Los hombres nos dábamos la mano solamente, mi padre nos había enseñado a hacerlo con firmeza y a ver a las personas a los ojos al hacerlo.
De pronto noté que mi padre se mostraba mucho menos inhibido conforme envejecía, ya no le apenaba que otros le vieran llorar.
Un buen día, tomó a mi madre de la mano y la besó frente a sus hijos y sus nietos, algo que nunca le vimos hacer antes.
Una vez me confió, que cuanto más envejecía, más se daba cuenta de que había confundido la espontaneidad con la incorrección.
La vida es demasiada corta para no manifestar nuestros sentimientos.
A medida que mi padre se «liberaba», mi amor por él crecía, empecé a sentir la necesidad de expresarle mi afecto de una manera más significativa, sin embargo, cada vez que estaba con él y llegaba el momento de decirle adiós, en lugar de inclinarme para besarlo, extendía la mano y aún la palabra «te quiero» se me atoraba en la garganta, ansiaba decirla, pero me daba miedo. Un sábado por la tarde hice un viaje especial a la casa paterna.
Entré al estudio de mi padre y lo encontré en su silla de ruedas, trabajando en un libro que estaba escribiendo. Me le acerqué y le dije: «Quiero decirte algo».
Me sentí como un tonto. Yo tenía 46 años y él 86, pero ya había empezado y no me iba a echar atrás.»Te quiero» –musité, sintiendo que me ahogaba.-¿Es eso lo que viniste a decirme? – preguntó con ternura tras dejar la pluma en el escritorio, y descansar las manos sobre su regazo- No necesitabas recorrer tantos kilómetros para decírmelo, pero me alegra sobremanera. Entonces le dije «Desde hacía años quería decirte esas palabras y encuentro fácil escribirlas sobre un papel, pero no pronunciarlas.
Quizá obré más por mí que por ti». Su rostro se tornó melancólico. «Hay algo más» –agregue- Mi padre, sin levantar el rostro permaneció con la mirada fija y moviendo la cabeza suavemente me incliné y lo besé en una mejilla, después en la otra y luego en la frente.
El se estiró y con sus fuertes manos me atrajo hacia sí, de modo que pudo rodearme el cuello con sus brazos.
Por largo rato permanecimos en esa incómoda posición, por fin me solté y me incorporé.
Fue entonces que noté que mi padre lloraba y con sus labios temblorosos me dijo:»Mi padre murió siendo yo muy joven.
Poco después dejé el hogar para ir a la universidad, di clases por un tiempo y luego marche a Francia. Nunca desde entonces regresé al hogar más que para visitar esporádicamente a mi madre -hizo una pausa y su rostro se enterneció- Cuando mi madre envejeció, la invité a vivir con nosotros. Me respondió que «no» y me dijo «me quedaré aquí, en mi casa, pero me encanta que me lo sigas pidiendo hasta el día de mi muerte». Mi padre me miró y me dijo: «Sé que me quieres, pero espero que me lo sigas diciendo hasta el día de mi muerte».
Ese día me quité de encima un gran peso, una atadura de muchos años.
De regreso a casa, sentí que mi espíritu se remontaba.
Por fin yo también ¡Fui libre! Nunca es tarde para decir «Te quiero».
Gracias por todo…