DECIR ADIÓS TAMBIÉN CUENTA COMO AMOR…
Duele. No hay otra palabra más honesta.
Duele como si el alma se deshiciera en pedazos invisibles, como si el aire pesara el doble y la piel ya no fuera suficiente para sostener el cuerpo.
Duele porque la vida nos arrebató lo que creíamos eterno, porque nos quedamos con las manos vacías y una ausencia que quema en el pecho.
Y sin embargo, decir adiós también es amor…
Porque el amor no es solo aferrarse, no es solo tener.
Amar también es soltar cuando el tiempo nos lo exige, es permitir que quien amamos trascienda más allá de nuestra necesidad de retenerle.
Es aceptar que no somos dueños de nadie, ni siquiera de aquellos que marcaron nuestra historia con su risa, con su abrazo, con su simple existencia.
Nos han enseñado que amar es estar, pero nunca nos dijeron que también se ama en la ausencia.
Que hay despedidas que no se eligen, pero que siguen siendo parte del pacto sagrado de la vida.
Nos aferramos al dolor como si fuera la única prueba de que existieron, como si el sufrimiento fuera el precio a pagar por haber amado tanto.
Pero no… No es el dolor lo que les honra, sino la manera en que seguimos adelante sin olvidarles, sin dejar que su partida nos arranque el derecho a vivir.
No traicionas por seguir respirando.
No les traicionaste por volver a sonreír.
El amor no se mide en lágrimas derramadas ni en días de duelo eterno.
Se mide en la gratitud de haberles tenido, en la forma en que sigues hablando de ellos, en el modo en que su huella sigue marcando tu historia.
Dios no te castigó, la vida no te traicionó.
La muerte nunca fue una posibilidad lejana, solo que nos gusta fingir que lo es, que el mañana está garantizado, pero nunca lo estuvo.
No hay reloj que nos prometa cuánto tiempo más, no hay contrato que nos asegure cuántos abrazos faltan por dar. Por eso, si les amaste, si les amaste de verdad, suéltales.
No como quien olvida, sino como quien honra.
Porque decir adiós también es amor.
Porque aprender a vivir sin ellos no es un acto de traición, sino de amor profundo.
Porque la muerte no borra lo que fue, solo lo transforma.
Porque cada vez que los recuerdas sin rabia, cada vez que los nombras sin culpa, cada vez que vives sin miedo, les sigues amando.
Y eso, eso es lo que de verdad cuenta.
Fernando D’Sandi