Aprende a poner límites
– Usted no sabe nada, doctor. – me dijo un señor muy enojado – ¡Qué ponga límites! me dice, como si fuera tan fácil. Es imposible por las buenas. El niño pesa 50 kilos, su mamá no puede con él. Es grosero, nos reta y nada más entiende a golpes…
– Y al año de edad, ¿Cuánto pesaba?
Si quieres empezar a poner límites cuando tu angelito pese 50 kilos, entonces este padre desesperado que me increpa porque yo no sé nada, tendrá toda la razón. Será imposible por las buenas.
Le festejabas al año de edad la gracia de pegarle a los demás. Aplaudías sus groserías porque te sonaba chistoso escuchar improperios en su media lengua de niño de tres años, te parecía gracioso que a los cuatro años rompiera la vajilla de sus tíos al arrojar los platos como “frisbies”, te vanagloriabas cuando golpeaba al vecinito y te enorgullecías si humillaba a sus maestros.
Ahora a los trece, ni tú puedes con él, te rasgas las vestiduras y no entiendes por qué te reta, te desobedece, te ofenda y te levanta la mano. Y quieres responder a golpes.
Seguirá creciendo y ni a golpes lo detendrás. Empezaste mal y continuaste peor. Yo no puedo ayudarte. Búscate un psicólogo familiar, un buen pedagogo, un psiquiatra… déjales a ellos la difícil tarea de enderezar lo que tú desde el principio torciste.
Cuando tenía dos años era facilísimo impedir que lastimara a los demás, pesaba doce kilos y podías detenerlo sin usar violencia, pero no te importó, porque no te importaban los demás.
Podías haber pensado que a la niña que llegó de visita no le gustaba que le jalaran el pelo, pero a ti te pareció divertido. Podías haber detenido a tu bebé diciéndole con cariño que eso no se hace y podías explicarle que a la nena le duele, podías poner límites, pero no. Poco a poco le fuiste enseñando que lastimar está bien.
Aquel domingo, cuando se paró frente a la pantalla tapándote el gol que metió tu equipo de futbol, le diste un zape para que se quitara. Lloró, pero no te importó, porque querías celebrar la victoria de unos futbolistas a quienes por cierto, les importas un bledo y al niño para quien eras todo, lo humillaste. Ahí le lastimaste el alma y le enseñaste a golpear.
Cuando tenía siete era sencillo apoyar al maestro que lo reprendió, no necesitabas golpes, con darle la razón al profesor y apoyarlo con palabras hubiera bastado, pero… ¡Ah! Pobre de ese maestrillo si se metía con tu angelito, ¿verdad? Hasta lo amenazaste con el puño y al niño le enseñaste a ser irresponsable y prepotente.
Te vanaglorias del “golpe a tiempo” y te burlas de esas tonterías de “crianza respetuosa”, pero, ¿sabes qué? El que no sabe nada eres tú.
No soy psicólogo y no necesito serlo para decirte qué si no pones límites desde el principio, no podrás hacerlo después.
En ningún momento de la crianza necesitarás golpes si actúas a tiempo y sin egoísmo.
¡Saludos!
Dr. Alberto Estrada