PERSONAS FUERTES
A los fuertes no se los quiere mucho — son incómodos.
No se los puede manejar.
Tienen oído para sí mismos, saben lo que valen y no están dispuestos a conformarse con menos.
Por dentro tienen anclas que los mantienen firmes en su decisión de vivir sin basura emocional y ser felices a pesar de todo.
Tienen raíces fuertes que no se pueden arrancar ni destruir. Como tampoco se pueden romper sus principios férreos, su dignidad, su ética ni la fe que tienen en sí mismos.
Los fuertes aguantan cualquier verdad, los golpes de la vida, la tortura de la traición y los huracanes emocionales en soledad.
No le temen al dolor, porque después de pelear guerras en su propio corazón y pasar por su propio infierno, aprendieron a convertir las heridas en sabiduría y a disfrutar de la vida conservando la ternura y la belleza en el alma.
Los fuertes no se pierden por caminos ajenos, no negocian su felicidad ni andan rogando amor — pero si Dios les manda ese sentimiento, lo reciben como un regalo inmenso y jamás traicionan a quien aman.
Viven con honestidad, actúan con conciencia, no andan alardeando de su historia ni dándole cátedra a nadie — prefieren profundizar en sí mismos y seguir creciendo.
Cargan con su propia cruz sin tirársela a nadie, se hacen cargo de lo que dicen y hacen, y si se caen, no andan buscando culpables: sacan lecciones y siguen. Porque los fuertes no se lamentan: aprenden.
Son selectivos en todo — no los vas a doblar ni a imponerles algo ajeno a su esencia. Nunca. Ni bajo presión.
Y además, saben irse. Los fuertes saben irse una vez… y para siempre. No pruebes sus sentimientos, ni su carácter, ni su paciencia — el que se rompe sos vos.
©️Lía Russ