ME SENTÍA UN PATO
Hoy leí algo que me trasladó a mi infancia.
Decía algo así:
Si le dices a un niño que un ratoncito vendrá a por su diente, te creerá.
Si le dices que en Navidad vendrán los Reyes Magos, te creerá.
Si le dices que es un tonto y un inútil, también te creerá…
Por eso es muy importante para un niño, ayudarle a formar su autoestima.
Yo crecí pensando que era un «pato», traducido al idioma coloquial, alguien muy torpe que hacía todo mal.
Mi madre, en su inocencia de joven madre y sin saber lo que ésto podía conllevar, tenía la costumbre de llamarme «pato» cada vez que hacía algo mal o que ella así consideraba.
A mis nueve años, ya era la mayor de cuatro hermanos, se esperaba todo de mí, que diera ejemplo, que fuera una niña muy obediente, que ayudase en casa, que cuidara de mis hermanitos, que me comportara con madurez…mucho para solo una niña tan pequeña.
Ahora lo veo de otra manera pero en aquella época y durante muchos años, me consideré eso, un pato, me creía torpe, ignorante, insegura y todo eso me convirtió en una niña muy tímida que tartamudeaba, con muchos complejos físicos y sicológicos.
Así fue como empecé a escribir, era mi forma de gritar en silencio, de soltar mi dolor por considerarme tan torpe.
Siempre fui una niña muy obediente, ayudaba mucho en casa, cuidaba de mis hermanos y hasta de mi padre.
Sí, así es…la empresa donde trabajaba mi padre hizo suspensión de pagos y mi madre tuvo que ponerse a trabajar, yo tenía entonces unos 13 años, mi hermana 10, mi hermano 7 y el más pequeño 4 añitos.
Ya había terminado la EGB, la acabé un año adelantado y empecé a estudiar Bachillerato por las noches, así podía estar al cargo de la casa, de mis hermanos y mi padre.
Cada día, llevaba y recogía al pequeño del colegio, acostumbraba a salir corriendo y me daba un besito como hacían todos los niños con su mamá, a veces me decía mamá por equivocacion; limpiaba la casa, calentaba la comida que mamá dejaba preparada y ponía de comer a mis hermanos y a papá que volvía de la fábrica, (aunque no cobraba pero no podía dejar de acudir al trabajo o perdería todos sus derechos)
Un día le dije a mamá que me enseñara a cocinar y así ella podría descansar por las tardes y como a mí siempre me gustó la cocina, fue muy sencillo.
Recuerdo que un día que había cocido, intenté sacar el caldo como lo hacía mamá, volcando la olla medio tapada y ¡horror! Se me quedó pegado el culo de la olla en el brazo, estába ardiendo y aguanté para no soltar la olla y derramar toda la comida.
Me hice una gran quemadura, pasaron muchos años hasta que desapareció la marca de mi brazo.
En otra ocasión, pero años antes, papá y mamá salieron un rato por la noche con mis vecinos que, años después, se convirtieron en mis cuñados, yo me quedé al cuidado de mis tres hermanos y mis dos futuros sobrinos; cuando todos estaban ya durmiendo, me puse a encerar el suelo del salón y pasillo, quería darle a mi madre una sorpresa, en aquella época, los suelos se enceraban y se abrillantaban con bayetas frotando con los pies.
Lo que yo no sabía es que esa cera era muy especial, como un barniz que necesitaba de horas para secarse y de mucha ventilación. Cuando llegaron mis padres, mamá se asustó, empezó a abrir todas las ventanas de la casa, por suerte no ocurrió nada y, al contrario que otras veces, mamá no me llamó pato, se sintió muy orgullosa de lo que hice para que ella se sintiera contenta, incluso presumió de mí ante las vecinas.
Siempre me gustaron las tareas del hogar, sobretodo cocinar…me encerraba en la cocina, me ponía música y preparaba la cena para todos, en ese momento, me sentía feliz, útil, importante…
Pero algo que me acompañó durante muchos años de mi vida, fue la sensación de sentirme un pato, así lo escribí en mi libro de poesías que empecé por esa época:
«Ahora soy un pato pero algún día éste pato se convertirá en un cisne»
Siempre que necesitaba decir algo importante, lo escribía y dejaba esa nota en el lugar que lo vería la persona a la que iba dirigida, lo hacía así porque era capaz de expresar mis sentimientos de forma mas coherente y ordenada, leía esa nota montones de veces antes de dejarla, hasta aprendérmela de memoria, hasta estar muy segura de que había transmitido, exactamente, lo que llevaba dentro…
Aún lo sigo haciendo pero sólo en ocasiones muy, muy especiales, en las que mi ira me impediría hablar con tranquilidad porque esa niña tímida e insegura, desapareció con el tiempo, dejó de ser un pato y se convirtió en un águila, precisa, segura, valiente, atrevida, con carácter, mucho carácter…
Ahora es impensable que una niña tan pequeña tenga tanto a sus espaldas pero era muy normal antes y a lo largo de mi vida, he conocido a muchas «hermanas mayores» y excepcionalmente hermanos porque no era común que los hombres hicieran las tareas del hogar, era algo indigno, ellos salían a jugar al fútbol y las niñas a ayudar a mamá…
Por suerte muchas mujeres hemos ido cambiando el mundo en ese sentido y puedo decir que fui una de esas mujeres.
No olvidaré un enfrentamiento con papá cuando un día llegó y mis dos hermanos varones estaban haciendo sus camas.
Papá me dijo muy enfadado:
– ¿No te da vergüenza que tus hermanos esten arreglando sus camas?
Y yo, muy ofendida le dije:
– Papá, a mis hermanos no se les va a caer lo que tienen de hombre por ayudarme, ¿es que no te das cuenta que yo también soy una niña?
Mi padre agachó la cabeza y se fue sin decir ni palabra pero desde aquel día, siempre decía a los chicos que me obedecieran.
Así mismo, enseñé a mi hijo a hacer las labores de casa, no hice distinción por ser un «varón» y debo decir que siempre me he sentido muy orgullosa de él porque fue un niño excepcional y ahora es un compañero y padre maravilloso que comparte con su pareja las tareas del hogar.
Y es cierto, si damos a nuestros hijos la seguridad, confianza y apoyo que necesitan, ellos lo creerán y sabrán darse el valor que verdaderamente tienen.
Rosamar
03/Abril/2021
Guadalajara-España