Madre viva, madre enferma, madre en el cielo .
Cuando una madre está viva, su presencia ilumina cada rincón de nuestras vidas. Su risa es el mejor remedio para nuestras tristezas, y su abrazo es el refugio donde siempre encontramos consuelo. En sus ojos, vemos reflejada nuestra infancia y en sus palabras, el consejo que guía nuestro camino.
Cuando una madre está enferma, su fuerza se convierte en una lección de valentía. Su espíritu indomable, aun en los momentos más difíciles, nos enseña sobre la resistencia y el poder del amor incondicional. Nos volvemos sus cuidadores, devolviéndole un poco del amor que ella nos ha dado sin medida. En cada gesto de ternura, encontramos la oportunidad de agradecerle por todo lo que ha hecho por nosotros.
Cuando una madre se va al cielo, su ausencia deja un vacío que nunca puede llenarse del todo. Sin embargo, su amor permanece con nosotros, envolviéndonos como un manto invisible. La sentimos en el susurro del viento, en el aroma de las flores que tanto le gustaban, en los recuerdos compartidos que jamás se desvanecen. Su legado vive en nuestros corazones, y su espíritu nos sigue guiando en cada paso que damos.
Madre viva : Disfrutemos de cada momento, valoremos cada palabra, cada abrazo, cada sonrisa. Ella es el pilar de nuestra existencia y la fuente de nuestro amor incondicional.
Madre enferma : Seamos su fuerza, su consuelo, su alegría. En cada acto de cuidado, devolvamos un poco del amor infinito que ella siempre nos ha brindado. Aprovechemos cada instante para mostrarle cuánto la amamos y apreciamos.
Madre en el cielo : Honremos su memoria viviendo una vida llena de amor, gratitud y bondad. Recordemos sus enseñanzas, mantengamos vivo su legado y celebremos su vida con cada acción que refleje los valores que nos inculcó.
La eternidad de una madre no se mide por el tiempo que pasa con nosotros, sino por el amor que deja en nuestros corazones. Su presencia, aun en ausencia, nos acompaña siempre, recordándonos que el amor nunca muere .