Acércate a Dios

¿QUE ENSEÑO EL MAESTRO JESÚS A TRAVÉS DE SU VIDA?

octubre 10, 2023

¿QUE ENSEÑO EL MAESTRO JESÚS A TRAVÉS DE SU VIDA?

Alguien me preguntó si yo creía que podíamos amar a varias personas al mismo tiempo y con la misma intensidad.

En principio le respondí que me parecía difícil, pero luego rebobinando mi propia vida, tuve que corregir rápidamente.

Aunque de sentimientos tan personales como el amor no debería generalizarse, creo que sobre mis vivencias si que puedo hablar sin temor a cometer errores.
En el mundo de mi vida diaria amé, sigo amando y creo que amaré toda mi vida. Personalmente, no concibo la vida de un ser racional sin el amor, pero menos aún el logro de la felicidad personal.

Al menos lo que yo considero que es la vida, como nuestra realización material y espiritual, que se concreta en disfrutar plenamente de las personas y las cosas que nos rodean.

En verdad, creo que hasta que tuve uso de razón mi mayor concentración de amor lo fue en mi madre.

Cuando adquirí raciocinio amé además a otras personas como mis hermanos, mis amigos y algunos de mis maestros.

Ya de adulto, amé con pasión de varón a una mujer lo cual continúo haciendo, sólo que adicionando una permanente solidaridad y comunión integral.

Desde mi espiritualidad, sin duda amo a Dios porque me hizo capaz de entender todo mi potencial así como mis propias limitaciones y siento que siempre me acompaña.

Amo además los valores como la verdad, la solidaridad, la aceptación, la libertad, la caridad, la fe, el optimismo y la esperanza, porque me hacen sentir por encima de esa tendencia tan natural a las miserias humanas, contra las cuales tenemos que luchar todos los días.

Aunque parezca raro, amo al amor y lo amo tanto que lo confundo con Dios, quizás porque me hace sentir que ciertamente soy su hijo.

Amo el amor, porque me da fuerzas suficientes para no sentir temor, soledad, tristeza, odio ni envidia.

El amor cura mi alma en todo momento, pero también me hace perdonar y olvidar cualquier agravio por grave que fuere.

Amo el amor, porque gracias a él puedo expresar todo ese torrente de emociones que me embarga cuando siento a mi lado a esa inigualable compañera de viaje largo, que después de treinta y ocho años todavía me mueve el piso, haciéndome olvidar los sesenta y seis años que he vivido.

Es el sentimiento del amor que me permite sentir esa especial ternura y plenitud cuando abrazo a mis hijos, a mis nietos o a cualquier niño que tomo entre mis brazos.

Por el amor vivo y he vivido mis más intensas emociones, pero también me induce a tratar de compartirlas con mis semejantes, sin distinción de ningún género.

Pienso que el amor va más allá de una experiencia, es todo un mundo de sensaciones y sentimientos. Su representación es tan variada que pudiera ser infinita, porque sólo la limitamos nosotros mismos.

No es cierto que amemos más a nuestra familia o a nuestros seres más allegados que a las demás personas.

No, no es así.

Lo que sucede es que amamos lo que conocemos y nos es inmediato. Pero nuestra capacidad de amar es tan grande que podemos amar hasta lo que ya murió o no ha nacido.

Por eso nuestros ojos se llenan de lágrimas cuando leemos las hermosas historias de los amores nunca realizados, o de los perdidos, porque aún existiendo en el corazón de los actores nunca llegó a concretarse; o de los sueños no realizados no obstante los mayores esfuerzos, que se sucedieron cientos o miles de años atrás, pero nuestro llanto es, precisamente, porque en este momento… los amamos.

Por eso rechinan nuestros dientes de rabia, cuando leemos las grandes injusticias que se cometieron en el pasado con personas buenas que nunca conocimos y que sin duda, en este momento, las amamos.

Revisando papeles viejos encontré la foto de un querido amigo que hoy tiene ya más de 15 años de fallecido, con quien compartí variadas experiencias de mi vida.
Mi mente hizo el milagro de presentármelo como lo vi, no en su lecho de muerte sino la última vez que en perfecto estado de salud departimos juntos.

Aunque no acepto la nostalgia ni temo a la muerte, percibí un sentimiento confuso entre la tristeza, el amor y la resignación.

Es ese sentimiento indefinible de ausencia que nos embarga cuando recordamos las personas queridas que ya se fueron, pero que seguimos amando.

Al amor se debe que nuestro espíritu se sienta elevado cuando leemos los tiernos cuentos de hadas perdidos en el vientre de los sueños en esas tierras lejanas, porque ellos narran el amor que vence todos los obstáculos, que logra concretarse y que es para siempre jamás.

El amor es el sustrato de nuestra vida racional; es el color, la música y el aroma que hacen nuestra vida buena sobre esta madre tierra.
El amor se parece a los sueños y a la esperanza.

Por eso, como hijos de Dios no tenemos que preguntarnos a quien amar, ni cómo, ni cuando, ni porqué amar.
Simplemente debemos amar, porque ese es nuestro destino; a eso vinimos a esta tierra y mientras amemos cumpliremos el mandato divino por y para el cual fuimos concebidos. Si no lo hiciéramos estaríamos frustrando nuestro más alto fin, traicionaríamos nuestra propia esencia y ya no podríamos considerarnos hechos a imagen y semejanza de Dios.

Amado maestro Jesús, nunca te fuisteis, siempre estas aquí, trascendiste la muerta para acompañarnos y ser parte de las maravillosas experiencias de esta vida.

Te amo con mi alma, que también es parte de ti.

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