La Mujer

PAZ INTERIOR 

mayo 21, 2016

PAZ INTERIOR
Esa mañana se levantó como cualquier otra pero, al ir a lavarse la cara, algo había de ser diferente. Estaba frente al espejo y algo desde dentro, como una fuerza profunda, tenía un mensaje para ella: soy tu paz interior y tienes que empezar a cuidarme.

HabĂ­a pasado unos meses francamente malos desde el punto de vista anĂ­mico y habĂ­a perdido las ganas por cualquier regalo o gesto agradable que pudieran ofrecerle los dĂ­as.

Sin embargo, sabía que esa voz interna comenzaba a tener razón: era la hora de establecer prioridades, de re-definir una jerarquía: de la que manejaba hasta esa mañana se había borrado hacía tiempo.

“Si no tenemos paz dentro de nosotros, de nada sirve buscarla fuera”
-François de la R.-

Es posible que hubiera a su alrededor millones de obstĂĄculosimpidiĂ©ndole desarrollar al arte de cuidarse, pero por fin habĂ­a entendido que mirar por ella y para ella, al menos una vez al dĂ­a, le harĂ­a ganar en bienestar. AdemĂĄs, serĂ­a un “posit” en su memoria en el que pusiera: “es el momento del dĂ­a en el que toca salir de la zona del bosque en la que te encuentras, subir en el globo y verlo desde arriba”.

A lo largo del dĂ­a fue reflexionando poco a poco.

Primero comenzĂł a ser consciente de lo complicado que era seguir el propĂłsito que se habĂ­a marcado: vivimos en una sociedad que nos obliga a relacionarnos y que nos mantiene continuamente ocupados, haciendo que nuestra mente no contemple nuestros intereses de una manera explĂ­cita. Como si velar por ellos, de manera consciente e intencionada, fuera un pecado: el mejor indicador de que somos unos egoĂ­stas.

Aunque no era solo eso. HabĂ­a peleado con los monstruos mĂĄs terribles que existĂ­an y que habĂ­an hecho que el miedo, la ansiedad y la tristeza se apoderaran del mando de su vida. Ellos habĂ­an ocasionado llantos, nostalgias y rupturas internas.

También había tenido que hacer frente a decisiones erróneas, circunstancias delicadas, momentos duros que escapaban de sus manos. Entre sus dedos, como si fueran agua.

Tampoco podĂ­a olvidarse de las veces que habĂ­a caminado con los ojos tapados por culpa de personas que querĂ­an vivir dos vidas, una de ellas la suya.

No obstante, los mejores propósitos de la vida no son fåciles así que este tampoco tenía por qué serlo: el dolor había sido inevitable y hasta valeroso, pero ya era el momento de que el sufrimiento le dejarå de hacer perder un tiempo que no volvería jamås.

En ese instante recordĂł algo que habĂ­a leĂ­do hacia un tiempo: que somos lo que pretendemos ser y que, por lo tanto, tenemos que elegirlo muy bien.

Era justamente lo que necesitaba para lograr establecer prioridades: hacerlo supondrĂ­a actuar acorde con ellas y alejar la disonancia que produce que la mente y los actos estĂ©n “desintonizados”.

“La felicidad es la experiencia espiritual de vivir cada minuto con amor, gracia y gratitud”
-Denis Waitley-

Comenzó por una decisión: dejar atrås lo que la ataba al suelo, por decirse un poco mås que era especial y por mantener junto a ella la luz que había dejado de ver. Al fin y al cabo ella era la defensora de sus sueños, la mejor aliada de su autoestima y tenía consigo gente que con su cariño no dejaban de alumbrarla.

Quería ser alguien que comprendiera que su paz interior pasaba por encontrar su lugar en el mundo y por mantenerse conectada a él: sonriendo a la panadera que vivía dos manzanas cuando fuera a comprar, agradeciendo los pequeños detalles, repartiendo cariño a los suyos.

Solo asĂ­ el equilibrio volverĂ­a y los monstruos ya no harĂ­an tanto ruido.

La paz interior no es una posibilidad, es un derecho
En los dĂ­as sucesivos se dio cuenta de lo que de verdad querĂ­a decir aquella profunda voz que habĂ­a escuchado: tenĂ­a derecho a estar bien y eso no era una posibilidad a negociar. TenĂ­a que luchar por su serenidad, por su calma y paz interior, dado que solo asĂ­ serĂ­a capaz de ir encontrando un poco de felicidad entre tanta sobra.

“Los malos momentos vienen solos,
pero los buenos hay que buscarlos”
-Dulce ChacĂłn-

Merecía la pena encontrar la forma de conseguirlo, sobre todo porque el estado de bienestar le permitiría ver que la paz interior es “un habitar en uno mismo”, sabiendo que eres feliz con lo que tienes, con lo que haces y con lo que compartes.

A partir de entonces, prometió no dejar de mirarse al espejo cada mañana, así nunca lo olvidaría.

D/a

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