La Familia

LA FAMILIA NO ES UNA DEMOCRACIA, ES UNA COMUNIDAD DE AMOR 

enero 27, 2016

LA FAMILIA NO ES UNA DEMOCRACIA, ES UNA COMUNIDAD DE AMOR
A mí no se me antoja nada ir al cine, no me interesan las películas que hay… pero si ustedes quieren entrar, los apoyo”, decía la mamá en un centro comercial.
El papá insistía en ver una película, y los hijos –un niño de unos 5 años, y una pequeñina de unos 3–, felices de la vida, apoyaban la idea.

Todo se presentaba muy natural: la mamá estaba dispuesta a ceder en pro del bien común, o mejor dicho, del antojo común. Lo que realmente me llamó la atención fue lo que sucedió treinta segundos después.
El papá, tratando de justificar su decisión, apeló al típico “¡tres contra uno!”
La escena de la que fui testigo involuntario me dejó reflexionando. “Tres contra uno”… ¿es ese realmente un argumento válido en una familia? ¿Qué pasaría si, en lugar de dos hijos, fuesen tres? Bastaría con que los tres hijos se unieran “contra” los padres para que tuviera que hacerse su santísima voluntad. ¿Es la democracia una forma válida para conducir a una familia?

Analicemos la situación. La mamá estaba ya dispuesta a ceder, ella misma estaba presentando la solución y les estaba dando a los hijos una valiosa lección: a veces hay que hacer cosas que no se nos antoja hacer (siempre y cuando no se trate de algo dañino) con tal de darle gusto a las personas que amamos… Pero el papá se encargó de invalidar esa enseñanza al convertir el sacrificio de la madre en un derecho por parte de los votantes: los hijos seguramente percibieron el hecho, ya no como una manifestación de la generosidad de su madre, sino como una obligación materna frente a la aplastante decisión popular –tres contra uno–.

¿Tenemos los padres la obligación de hacer lo que los niños quieren? La respuesta es un rotundo NO. Los padres tenemos la obligación de cuidarlos física, psicológica y espiritualmente; de formarlos, de inculcarles valores, de convertirlos en personas fuertes capaces de enfrentar las múltiples frustraciones que la vida les presentará; tenemos la obligación de escucharlos, de permitirles desarrollarse en un ambiente de amor, de comunicación, de comprensión, de alegría, donde sus necesidades y gustos sean escuchados, pero donde quede claro que son los padres los que detentan la autoridad.

Eso es amor a los hijos: enseñarles que sus pequeñas vocecitas serán tomadas en cuenta, claro que sí, pero al final, papá y mamá tomarán las mejores decisiones para la familia. A veces, ésas decisiones implicarán contrariar la voluntad de los hijos (lo cual es muy formativo: enseñarles que no siempre es posible tener lo que se quiere y que hay que afrontar esas frustraciones con alegría); otras veces, implicarán contrariar la voluntad de los padres (también muy formativo: que el niño entienda que papá y/o mamá se están sacrificando por darles gusto, no como una obligación, sino como una donación de sí mismos… una estupenda manera de enseñarles a los hijos acerca de la generosidad, la gratitud, la solidaridad).

El reto es que los padres logren encontrar el equilibrio entre estas dos situaciones: ¿qué tanto ceder y qué tanto hacer que los hijos cedan?

El “tres contra uno” (énfasis en el “contra”) confronta implícitamente a las dos personas que se supone deberían estar unidas al frente de la familia: la cabeza (el padre) y el corazón (la madre). Los hijos también tienen derecho a que papá y mamá se muestren sólida y estrechamente unidos, que sean uno mismo en autoridad y rumbo, aunque es válido que cada uno tenga su propio estilo. Cierto, los padres no siempre estamos de acuerdo, pero eso lo dejamos para después y lo resolvemos en la intimidad.

Los hijos tienen también derecho a que no se les utilice como “acarreados” para que uno de sus progenitores se enfrente al otro y consiga algo que quiere. El papá quiso justificar su decisión mediante una mayoría de votos… Mal.

Se me ocurren por lo menos dos maneras correctas de reaccionar frente a la actitud de su esposa:

La primera, tomarle la palabra y aprovechar para formar a sus hijos: “Hijitos, agradézcanle a mamita su generosidad. Gracias a su sacrificio, vamos a entrar al cine. Recuerden esto la próxima vez que ella les pida hacer algo que no les gustaría hacer, y sean generosos como ella”.

La segunda, dar una lección aún mayor de generosidad y de amor, impulsando a los hijos a “ganarle” a mamá, pero no por la vía democrática, sino por la vía de la virtud: “Hijitos, mamita está siendo muy generosa, pero ¿qué les parece si hoy le damos gusto a ella? Toda la semana ha estado cuidando de ustedes, ayudándolos con sus tareas, jugando con ustedes… ¿y si nosotros somos más generosos que ella, y la apapachamos un rato haciendo lo que a ella se le antoja? Ya entraremos al cine otro día”.

La familia no es una democracia, es una comunidad de amor… y el amor a veces exige que uno pierda voluntariamente para que el otro gane, y viceversa. Pero cuando uno empieza a aplastar al otro para conseguir lo que quiere, utilizando a los hijos como arma, la familia está en peligro. Papá y mamá, ¡son un equipo, no contrincantes políticos!

Luz del Carmen Abascal Olascoaga

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